El diccionario de la Real Academia de la Lengua
define “patatús” como un desmayo o lipotimia, que es una pérdida súbita y
pasajera del sentido y del movimiento. Un patatús, o también llamado en
Venezuela “yeyo”, puede producirse como consecuencia de un shock glicémico. Un
shock glicémico es un evento que se produce por una baja concentración de
glucosa en la sangre (hipoglucemia), caracterizado por cefalea, desorientación,
visión borrosa, mareos, entre otros síntomas.
En un atleta sano, la hipoglucemia se puede
producir durante una actividad física muy intensa luego de un ayuno prolongado
o la poca ingesta de alimentos durante dicha actividad, ya que esta promueve el
consumo acelerado de glucosa en los tejidos de los músculos.
Esto te puede pasar a ti y me puede pasar a mí.
Para más señas, esto me pasó el domingo 1ro de abril de 2012 luego de un
intenso remate volviendo de la vía a Las Dos Bocas. Por cuestiones de trabajo
estuve fuera de la ciudad toda la semana y sin posibilidad de hacer ejercicios.
Ya de vuelta a casa, decidí ese domingo ir a dar una vuelta de hora y media
para estirar las piernas y volver a acostumbrarme a la bici. No me llevé
recuperantes, ni energéticos, apenas un sándwich de mermelada. Al rodar frente
a la intensa brisa, me sentía adolorido de las piernas y veía mis pulsaciones
subir anormalmente altas en mi gps. Al rato ya estaba acostumbrado de nuevo y
pedaleaba como siempre.
Me conseguí al grupo de 20 ciclistas ya de
regreso y me les uní para no volver solo. La vuelta se puso muy intensa
porque nunca faltan los piques, nada más que esta vez caí en la tentación de
sumarme al derroche de testosterona. El ritmo de carrera era frenético. Me
preocupó ver mis pulsaciones subirse por encima de 180, muy cerca de mi máximo.
Intenté dejar ir al grupo de punta y volver a la idea inicial de mi
entrenamiento, pero el pique pudo más. Pasé, según el registro de mi Garmin,
más de 11 minutos con pulsaciones por encima de mi umbral de lactato,
suficiente para acabarse todas mis reservas de glucosa en los músculos, y devorar el glucógeno de mi hígado. Sin prestar atención a esas señales, en el
remate decidí apretar la pedaleada y rompí mi propio récord de velocidad con 63.1 kph (el de antes era 60 en la
misma meta), y mis pulsaciones se elevaron a 194, diez pulsaciones por minuto
por encima de mi máximo (¡!).
Me dio tiempo de seguir rodando, recuperarme,
echar chistes y reír con los comentarios del grupo. Nos detuvimos 5 minutos después para
esperar al resto. Yo tomé una posición ahorcajadas en mi bicicleta. En un rato
comencé a tener una sensación extraña detrás de la cabeza, mi visión se empezó
a nublar y me sentí mareado. Recuerdo que le pedí en tono fuerte al de al lado ¡Chamo,
dame dulce, dame un dulce, rápido! Pero fue tarde. Manilla se asustó de verme el rostro pálido; me cargó con ayuda de otros y me puso en el suelo boca arriba. Me
subieron las piernas y me empecé a sentir mejor mientras comía galletas y un
cambur.
El ciclismo es un deporte que no perdona los
errores; lo he comprobado una y otra vez; solo que este me pudo haber
ocasionado la muerte de no haber sido atendido correctamente por mis
compañeros.
A cuidarse; atiendan las señales del pulsómetro; aliméntense cada hora encima de la bici; en ritmos muy intensos usen geles de carbohidratos pues el cuerpo los digiere más rápido que la comida sólida. Tomen la moraleja de esta historia
y nos leemos la siguiente semana.
Freddy.
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