Escribo esta resumida crónica a pedido 
de algunos amigos que desean que esta pequeña travesura quede asentada 
en blanco y negro. 
Para los ciclistas de ruta, el periodo de Semana 
Santa es especial pues se cuenta con bastante tiempo para recorridos 
largos en los que se ganan tremendas condiciones para afrontar las 
competiciones del resto del año. La de 2003 fue mi primera Semana Santa 
como ciclista y me encontraba, a mis 31 años, en las mejores condiciones
 físicas; con 1.80 m y unos sólidos 88 kg de peso podía subir cuestas 
con plato grande, terminaba circuitos a más de 40 KPH en promedio, 
entrenaba entre 200 y 300 Km semanales, por citar algunas 
referencias…Ah, qué días aquellos! 
El miércoles Santo un grupo de 
compañeros regresábamos de un largo para las Cataratas de Hueque donde 
habíamos disfrutado también de las maravillas de ese hermoso parque y 
sus cristalinas y refrescantes aguas; en privado le comento al más audaz
 y dispuesto de mis compañeros, un delgado moreno que apodamos 
familiarmente «Camerún», mi idea de ir de Coro a Churuguara y regresar 
en un solo día. Camerún no me preguntó «cómo» sino «cuándo». Así 
quedamos acordados de encontrarnos el sábado de Gloria a las 7 a.m. en 
la intersección de la Variante Sur con la Av. Manaure. Salimos casi en 
secreto cargados con cambures, mandarinas, agua, tripas de repuesto, y 
algo de herramienta sencilla. No queríamos que nadie se enterara pues 
temíamos que ante el escándalo la gente nos desanimara. Subimos por La 
Tabla—por la carretera vieja—hasta Carrizalito muy frescos luego de los 
primeros 40 Km; allí nos paramos para reponer agua, frutas y comprar 
pequeñas conservas para mantener el nivel de glucosa en la sangre. Según
 mi «plan» entre Coro y Churuguara había 80 Km por la carretera vieja, y
 120 Km por la carretera nueva; el primer tramo sería difícil, pero de 
Churuguara para Coro todo sería en bajada, una «sopita»…vaya error de 
cálculo. 
En Carrizalito nos aclararon que efectivamente había 80 Km…pero
 desde allí hasta Churuguara!! Bueno, ni modo, había que seguir. Algunos
 kilómetros después llegamos con alegría a La Goya, aproximadamente el 
punto más alto al que habíamos ascendido, y comenzamos luego a descender
 de manera estrepitosa. Bajar es un placer, es sentirse dueño del mundo,
 es la mayor sensación de libertad que recuerde haber experimentado. 
Pasamos por la entrada a San Luis como a 60 KPH admirando la hermosa 
profundidad del sur del estado; más tarde llegábamos al punto más bajo 
que es la población de María Díaz con gente amable y atenta, asombrada 
de ver ciclistas por allí. 
Luego de subir y bajar la Serranía de San 
Luis, nos esperaba otro hueso duro, una kilométrica cuesta hasta 
Churuguara. Llegar a Churuguara fue espectacular; dimos vueltas en la 
plaza y Camerún cautivó a dos hermosas chicas locales (Federación es la 
federación de las mujeres hermosas) quienes nos atendieron con bebidas, 
alimento y abundante plática para descansar durante casi dos horas de 
los primeros 120 Km. A las 2 p.m. decidimos emprender marcha atrás y nos
 despedimos de nuestras anfitrionas intercambiando abrazos y teléfonos. 
Si habíamos cubierto la subida en 6 horas, bastarían sólo tres o cuatro 
para «bajar» hasta Coro por la carretera nueva…otro error que pagamos 
con sufrimiento. La única bajada fue la de salir de Churuguara donde 
llegamos a alcanzar velocidades de hasta 70 KPH; de allí en adelante se 
sobrevinieron una cantidad infinita de «chinchorros» que hicieron añicos
 los ligamentos de mis rodillas. Camerún, una especie de hombre de 
hierro, me dejaba literalmente tirado en las subidas, y yo lo alcanzaba 
en las bajadas debido a mi mayor peso. Sufrí mucho, pero la chispa de la
 gente de los pueblos y caseríos que pasábamos me hacía reír aliviando 
mi pena. «Mamá, una carrera», gritaban unos chiquiticos por allá. «Dale 
que vas de segundo», me gritaba un viejo en tono burlón. Un obeso 
policía en la entrada de Pueblo Nuevo me preguntó en buen «coriano»: 
«¿de dónde venijn?», y luego, «y a dónde vajn?», y, por toda respuesta, 
al ver mi cara de sufrimiento me preguntó finalmente con sorna: «y 
llegaréjn?». 
De todas las cuestas que he librado en mi vida, la más 
fuerte es la que llaman la «Curva del Sapo» que va más o menos de la 
entrada de Pueblo Nuevo hasta la entrada de las Cataratas de Hueque. Si 
logras que la bici vaya a 10 KPH es un verdadero milagro. Sugiero que a 
los presos de Coro les intercambien años de condena por minutos de esta 
subida en bicicleta; saldrían más que reformados. En Hueque me esperaba 
Camerún con una sonrisa, un refresco y un par de caraqueñas a quienes 
había embrujado relatando nuestra parcial proeza. Me sentía como si 
necesitara un transplante de ligamentos para mi rodilla izquierda y—en 
un arranque de desesperación—decidí usar mi teléfono celular para llamar
 a mi familia por un rescate; para mi frustración la falta de señal se 
había «chupado» la pila. 
De Hueque en adelante aparecieron finalmente 
las bajadas y se me olvidó la rodilla; ya me parecía paradójica la idea 
de «bajar subiendo». Moyepo fue la última cuesta, relativamente sencilla
 si tomamos en cuenta lo vivido; y luego un solo tiro hasta Coro que 
alcanzamos sanos y salvos con ayuda Divina bordeando las 8 de la noche 
para calmar a nuestros más que preocupados seres queridos. 
Doce horas 
encima de las bicis, 240 Km recorridos, 3 kilos menos, para conseguir lo
 que luego fue catalogado por los entendidos como un nuevo récord para 
el estado. Favor no intentar en casa.
Freddy J. Sánchez-Leal
Aquí el link del artículo original  

 
Muchisimas gracias por compartir esta maravillosa aventura!
ResponderEliminar¡Gracias, Melkier! Abrazo!
EliminarHola Sr.Freddy, hoy es cuando leo su hazaña... Igual me divertí como si fuera reciente. Jajajajaja Muy bueno el relato.
ResponderEliminarGracias por compartir esta aventura. No es más que aliento para quienes queremos aventurarnos por el mismo camino.
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